EL ESPÍRITU SANTO
“Os infundiré un espíritu nuevo” (Ez 36,26)
OBJETIVO
Profundizar en el conocimiento del Espíritu Santo y reconocer la experiencia de su actuación en nuestra vida y en la vida de la Iglesia.
INTRODUCCIÓN
“Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Con estas palabras, la Iglesia proclama su fe en la Tercera Persona de la Trinidad desde el concilio de Constantinopla, en el año 381. Conviene, pues, en este comienzo de temario sobre el Espíritu Santo, reflexionar en torno a esta frase y su realidad en nuestras vidas concretas. Todos conocemos estas palabras, pero a la hora de la verdad, y tras una reflexión profunda, podemos darnos cuenta de que tenemos mucha más información acerca de Dios Padre o de Jesús, y no hemos ahondado tan profundamente en la Tercera Persona de la Trinidad. El arte, sin ir más lejos, ha representado a lo largo de la historia a Jesucristo en multitud de ocasiones, y a Dios Padre también, y sin embargo el Espíritu Santo no cuenta con tantas representaciones. Es, desde luego, de una gran importancia que los cristianos profundicemos en el conocimiento del Paráclito.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 687, nos dice que el Espíritu Santo no se desvela, no se muestra directamente a los hombres, si no es a través de Jesucristo y gracias a que creemos en Él. El papel del Espíritu Santo, tan importante a lo largo de la historia de la Iglesia, es sin embargo discreto, ya que “el mundo (…) no lo ve ni lo conoce” (Jn 14,17). Nuestra forma de conocerlo es a través de nuestra fe en Cristo, porque los que creen en Cristo conocen al Espíritu, que mora en ellos.
En palabras de san Gregorio Nacianceno, “El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora, el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo”. Así, el mismo san Gregorio dice que, en la Sagrada Escritura no se nos muestra de una forma tan directa la Tercera Persona de la Trinidad, alegando que la Revelación del Espíritu Santo antes de que la divinidad de Jesucristo hubiese sido aceptada podría haber sido contraproducente, llegando a denominar al Paráclito, con cierta gracia, un “fardo suplementario”. Es después de la plenitud de los tiempos, después de la Encarnación, muerte y resurrección de Jesús, cuando se ha revelado a los hombres la naturaleza de la Trinidad, completando la revelación que Dios comenzó en el Antiguo Testamento y que Jesucristo amplió en los Evangelios.
De esta manera, nuestra forma de conocer al Espíritu es a través de la Iglesia. El Paráclito está presente en las Escrituras que se proclaman y que Él ha inspirado; en la Tradición de los Padres de la Iglesia y en el Magisterio de la Iglesia, que Él asistió y continúa asistiendo; en los sacramentos, donde nos pone en comunión con Jesucristo, tanto de una forma más claramente palpable, como en el Bautismo o en la Confirmación, donde se nos concede el Espíritu Santo de una forma más explícita, como en la Eucaristía o la Penitencia, en la que a través de Él podemos entrar en comunión con Cristo de una forma más directa; y desde luego en los demás sacramentos. Por supuesto, también está presente en la oración, que guía y sostiene, y también en dos aspectos que, como miembros de Acción Católica, nos tocan muy de cerca, como son los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia y los signos de vida apostólica y misionera. La Acción Católica, cuyo carisma es el sentido de Iglesia, debe tener plena confianza en el Espíritu Santo para llevar a cumplimiento su misión en el mundo, que es hacer llegar el Evangelio a todos los ambientes. Por último, también está presente en el testimonio de los santos, donde se manifiesta su santidad. En la Regla de Vida, en el número catorce, se nos anima a apoyarnos en el Espíritu Santo para poder llevar a cabo esta misión de discípulos. Así, podemos descubrir que el Espíritu Santo es el alma que guía a la Iglesia, la conduce y la hace crecer a pesar de las dificultades que le suponemos los hombres.
El conocimiento de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad se convierte así en camino necesario para nuestra santidad y nuestra actitud ante el mundo en el que vivimos. No se trata de una mera potencia impersonal que sale de Cristo, sino de una Persona distinta al Padre y al Hijo, que el Padre envía en nombre del Señor Jesús. “El término ‘Espíritu’ traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3,5-8)” (CEC 691). El nombre define a la persona, la revela, y al revelarla manifiesta que el Padre y el Hijo lo han acercado a nosotros para que entremos en relación, en una relación personal.
Reconocer y tratar al Espíritu Santo como Persona es una condición esencial para la vida cristiana de fe y caridad. La presencia de Cristo en medio de los hombres abre el camino a la presencia del Espíritu Santo, que es una presencia interior, una presencia en los corazones humanos, capaz de renovar la vida del hombre. Es la recreación del hombre nuevo, del hombre según el Espíritu, la concesión de una dignidad superior a la persona humana que no se queda en la persona misma, sino que da nuevo valor a las relaciones interpersonales, tanto en el ámbito familiar como social.
Dios, en su infinita misericordia, “ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Esta entrega del Espíritu renueva nuestra semejanza con Dios emborronada por el pecado y nos proporciona una vida nueva en Cristo al haber recibido la fuerza del Espíritu Santo. Gracias a esta fuerza, los hijos de Dios podemos dar fruto, “el fruto del Espíritu que es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gál 5,22-23). El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos a Cristo; les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su muerte y resurrección; en definitiva, les hace presente el misterio de Cristo para llevarlos a la comunión con Dios. En un comentario al evangelio de san Juan, san Cirilo de Alejandría nos dejó estas preciosas palabras, que resumen perfectamente la misión del Espíritu Santo entre los hombres y su estrecha complementariedad con la misión salvífica de Jesucristo: “Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en Él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual”.
Para terminar, volvamos a las palabras del concilio de Constantinopla. Dejémonos iluminar por ellas y hagámoslas nuestras, de forma que, por nuestra parte, el Espíritu Santo reciba la misma gloria que el Padre y el Hijo, y que nos dejemos inundar por Él en su Iglesia a través de la oración, las Escrituras y la Tradición por Él inspiradas, para que podamos dar pasos hacia esa misión salvífica de la que Jesucristo nos hace partícipes a través del Espíritu Santo.
VER. Partiendo de la vida
1. Puedo compartir con el grupo algún hecho de vida en que fui consciente de la presencia del Espíritu Santo en mi interior como fuerza impulsora de mis proyectos, que me dio fuerzas en tareas duras, me inspiró palabras en los momentos adecuados, etc., todo ello, con fortaleza y audacia inesperadas. Por el contrario, puedo compartir algún momento en el que no haya sido capaz de alcanzar mis metas por haberme apoyado solo en mis propias fuerzas.
2. Puedo relatar algún momento en que sintiese verdaderamente la presencia del Espíritu Santo: durante una confesión, tras participar en la Eucaristía, en una Adoración Eucarística, etc.
3. También puedo hablar al equipo de aquel momento de mi vida en que sentí cierta sequedad espiritual y me era más difícil notar la presencia del Espíritu Santo. ¿Qué hice para ponerle solución? ¿Cómo me ayudó la Iglesia con los medios que me ofrece (sacramentos, oración, dirección espiritual) a experimentar esta comunión con Él?
4. También puedo compartir ese momento de mi vida en que reconocí la presencia del Espíritu a través de las palabras o de los actos de otra persona, y cómo esta experiencia me animó a ser como ellos y a dejarme hacer por el Espíritu. Por el contrario, aquella otra vez en la que no fui capaz de ver todas las señales que me enviaba el Espíritu a través de personas o acontecimientos y seguí esperando su asistencia, sin darme cuenta de que ya me la estaba brindando.
JUZGAR. Iluminación desde la fe
A) Sagrada Escritura
• El Espíritu Santo es fuente y origen de vida a lo largo de la Escritura. Es el soplo de Dios durante la creación del hombre (Gén 2,7); está presente en la concepción de Isaac por parte de Sara y Abrahán (Gén 18,1-15), hizo posible la concepción de S. Juan Bautista (Lc 1,36). Su misión de “dador de vida” culmina con la encarnación de Jesús en la Virgen María (Lc 1,26-38).
• La llegada del Espíritu Santo ya fue esbozada por los profetas del Antiguo Testamento (Is 11,1-2; Ez 36,24-30), y confirmada en el discurso de despedida de Jesús en la Última Cena (Jn 15,18-27. 16).
• La irrupción del Espíritu Santo en Pentecostés marca el inicio de la actividad de la Iglesia (Hch 2,1-11).
• El Espíritu Santo se muestra en el Evangelio enmarcado en la Santísima Trinidad. Este ejemplo de unión entre las Tres Personas, tan importante para nuestra fe, se puede ver en momentos como el bautismo del Señor (Mt 3,13-17) o la Transfiguración en el monte Tabor (Mc 9,2-13).
B) Magisterio de la Iglesia
• Para este tema sería conveniente empezar leyendo los puntos del Catecismo que se refieren al Espíritu Santo (CEC 683-747). Sobre el significado de la fe en el Espíritu Santo (CEC 685-687), las formas que tenemos de conocerlo (CEC 688) y su misión junto con Cristo (CEC 689-690).
• La función del Espíritu Santo en la historia de la salvación (DetV 51-54); la unión entre el hombre y el Paráclito (DetV 58-60). El Espíritu Santo como amor recibido por el creyente (CV 5) y como lazo infinito de amor (LS 238). La misión del Espíritu tras Pentecostés (LG 4); la presencia vivificadora del Espíritu en la sociedad (GS 26; DCE 21). Acerca de la misión del Espíritu en la Iglesia (AG 4). Presencia del Espíritu en los sacramentos, en particular, en la Eucaristía (SCa 13).
• El Espíritu es indispensable para comprender la Revelación (VD 15); lleva a la verdad entera (VD 15; SCa 12); sostiene, inspira y une a la Iglesia (EG 117; VD 15). El Espíritu sopla donde quiere, pero nuestra entrega es necesaria (EG 279). Jesús, al entregar su espíritu, preludia el don del Espíritu Santo (DCE 19).
• El Espíritu como fuerza motriz de la evangelización (EN 75); en la gracia del Espíritu Santo está la “principalidad” de la ley (EG 37), y no en la norma de la materia (SpS 5); el Espíritu como elemento transformador de nuestros corazones (EG 117) y para el servicio de la caridad en la sociedad (DCE 28-29); el Espíritu como amor en la familia divina (AL 11), que es amor recibido (CV 5) y, por tanto, lazo de amor infinito (LS 238).
ACTUAR. Compromiso apostólico
Un buen compromiso para este tema podría ser hacer costumbre de incluir en nuestra oración diaria frecuentes invocaciones al Espíritu Santo, en momentos concretos de la jornada: al levantarnos, al salir de casa, al comenzar una tarea apostólica, justo antes de dormir… Para ello, la memorización de alguna oración al Espíritu Santo (si es que no la sabemos ya) es muy pertinente, como el Veni creator o el Ven, Espíritu Divino.
Otro buen compromiso, de carácter formativo, podría ser la lectura de la encíclica Dominum et Vivificantem, del papa san Juan Pablo II. Ello nos ayudaría a preparar bien el corazón para el temario que acabamos de comenzar. O aprovechar para repasar el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que se manifiesta el poder del Espíritu Santo a través de los apóstoles, en los primeros pasos de la Iglesia.
También podría servir como compromiso, estar atento en la vida diaria a esas señales de las que ya hemos hablado, que nos manda el Espíritu a través de otros hermanos, y que tantas veces le pedimos con insistencia en la oración, para que no nos pasen inadvertidas; así, además, estaremos llevando la oración a la vida.
Como compromiso de grupo podemos hacer lo posible para que la persona del Espíritu Santo esté más presente en las celebraciones de la parroquia. Podemos para ello preparar una monición de entrada, alguna petición o elegir cantos que estén acordes con esta idea. También podemos comprometernos a comenzar nuestras reuniones con una invocación seria al Espíritu Santo, o preparar juntamente con el resto de grupos de la parroquia un retiro de oración en el que reflexionemos con textos sobre el Espíritu.