Padre Nuestro

 

 


 
 

Itinerario de formación

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Motivaciones

El fundamento de la vida cristiana está en sabernos nuestra espiritualidad y a nuestro compromiso apostólico. La encarnación del Verbo nos introduce en la vida íntima de Dios, haciéndonos pertenecer a su familia, a la gran familia de los hijos de Dios, que formamos todos los bautizados.

San Juan es el teólogo de la paternidad divina, y se le llena el corazón de alegría al exclamar: ¡somos hijos de Dios! El hombre no anda perdido, abandonado, solo. Dios es nuestro Padre, ha querido hacernos hijos suyos, no por los méritos que nosotros podamos presentarle, sino gratuitamente, por puro acto de amor. ¡Somos hijos de Dios! El Señor nos ha adoptado, pero no al modo de la adopción jurídica humana. Es realmente nuestro Padre porque al adoptarnos nos ha dado su naturaleza, nos ha dado la gracia.

La vida del cristiano, hijo de Dios, se transforma en algo nuevo, distinto. Su vida cobra un sentido maravilloso, el de la participación en la vida de Cristo. Se adquiere una visión nueva de la realidad en la que nos movemos: la visión sobrenatural de la vida, de los acontecimientos, que se convierten, incluso en sus realidades más pequeñas, en motivo de encuentro con Dios, en oración.

Sabernos hijos de Dios nos da una profunda Dios no puede permitir que un hijo suyo salga perjudicado. Incluso la prueba, el dolor, la enfermedad, se nos presentan como una bendición que nos ayuda a crecer como personas y como cristianos.

alegría, que ya no es la alegría del hombre que tiene todas las necesidades cubiertas, sino la alegría profunda que da el saber que Dios no es un ser lejano, ajeno a la vida de los hombres y, en concreto, la mía, sino que me ama hasta el punto de haberme creado y, desde toda la eternidad, haberme elegido y hecho hijo suyo. Deseamos que el trabajo con el presente temario te lleno de asombro y alegría, puedas exclamar: ¡Dios es mi Padre!

Tema 1. Creo en Dios Padre

CREO EN DIOS PADRE

“¡Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor!” (Dn 3,57)

OBJETIVO

Redescubrir la grandeza de Dios creador del mundo y del hombre.

INTRODUCCIÓN

En los primeros textos de los Padres de la Iglesia en que se entrevé lo que podrían ser los contenidos de la catequesis primitiva, se encuentra un apartado que trata sobre Dios en tanto que creador. Era una parte imprescindible para rebatir algunas concepciones del mundo de aquella época incompatibles con la fe cristiana. También hoy, ya en el siglo XXI, sigue siendo necesario que los cristianos, que las personas, recordemos esta verdad que con frecuencia pasamos por alto: Dios, que es increíblemente grande, infinitamente bueno, que no necesita de nada, que es inabarcable, todopoderoso, eterno… este Dios es también un Dios creador.

Es creador del hombre y creador del universo y todo lo que contiene, excepto el pecado y sus consecuencias. Y este universo, con todos sus seres, está creado para servir al hombre, por amor a él. Si nos despistamos un poco, es muy fácil que en el día a día, en lo cotidiano vivamos distraídos, pendientes de las prisas, y más todavía si vivimos en la ciudad. Además, la tecnología cotidiana (móviles, televisión, ordenadores, etc.) puede distraernos si no la usamos bien y podemos caer en una especie de fascinación por la última novedad técnica que nos aleja de lo que nos rodea, del resto de la creación.

Pero en ocasiones, si tenemos la suerte de mirar el cielo por la mañana, al salir de casa para ir al trabajo, o cuando está anocheciendo, es posible que la belleza de los colores del cielo, de las nubes o de la luna impacte nuestros sentidos y percibamos un atisbo de la belleza de la creación de Dios. En estos momentos, Dios nos regala la posibilidad de, a través de su creación, llegar a su grandeza, a Él mismo. La belleza de lo creado es como un pálido reflejo de su grandeza, de su poder y de su propia belleza ¡Cuánto más podemos realizar esta experiencia en el campo! Cuando vamos a hacer una excursión a la montaña y llegamos a lo alto, o sencillamente estamos a los pies de un monte, o junto al mar… en esos momentos es fácil experimentar una doble sensación: la de la pequeñez del hombre y la de la grandeza de la creación de Dios.

El peligro que tenían los destinatarios de la catequesis de los Padres de la Iglesia que hablaban de la creación era quedarse simplemente en la creación y llegar incluso a adorar a las criaturas. Este peligro es el mismo que tenemos nosotros muchos siglos después: quedarnos en la belleza de lo que vemos, o de lo que pueda fabricar el hombre.

Los momentos en que percibimos lo pequeños que somos y lo grande que es lo que nos rodea son una oportunidad privilegiada para descubrir la grandeza y el poder de Dios. ¡Sí! ¡Dios es grande! ¡Muy grande y poderoso! Y no sólo porque haya creado cosas grandes como las montañas, los mares, los planetas, las galaxias, etc., sino porque ha creado todo esto para el hombre, por amor al hombre. Por esto Dios es muy grande. Es más, incluso ha creado a los ángeles como servidores de los hombres.

En efecto, el hombre es “la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24). Ante la grandeza de la creación, el hombre se vuelve hacia Dios con agradecimiento por todo lo que ha creado por él. Y entonces, descubre que también él ha sido creado por Dios, a su imagen, como su obra maestra, la que más quiere, la que más ha mimado, por la que hará auténticas locuras, como entregar a su propio Hijo para salvarlo de la corrupción introducida por el pecado. De este modo, podemos encontrar respuesta a una de las preguntas que tarde o temprano todas las personas se hacen: ¿por qué estoy en este mundo? Estamos porque Dios ha soñado con cada uno de nosotros y nos ha creado por amor.

Como decía S. Juan Pablo II en la Universidad de Eurasia (Kazajstán 2001), cada hombre es un “latido del corazón de Dios”. Y pensando en cada uno de nosotros ha creado el universo y todo lo que hay, para que todo nos lleve, ayude y sirva a vivir en comunión con este Dios cuya grandeza principal consiste en querer sin límites a su criatura favorita: el hombre. Por último, ante tal Creador, la criatura no sólo puede y debe vivir agradecida sino confiada: el mundo, a pesar del desorden introducido por el pecado y sus graves consecuencias, es bueno, muy bueno (cf. Gén 1,1-2,4) y la criatura puede vivir confiada en su Creador que ha contado hasta los cabellos de su cabeza (cf. Lc 12,7).

VER. Partiendo de la vida

1. En este tema puedo presentar un hecho de vida en el que haya tenido una experiencia con la naturaleza (en el campo, una noche estrellada, etc.) que me haya permitido ser consciente de mi pequeñez y de la grandeza de Dios.

2. Otros hechos de vida pueden tener que ver con mi “adoración” de la creación que se puede ver reflejada en la fascinación incontrolada de las obras que hacen los hombres como los móviles, la tecnología, la televisión, etc. y hacer ver cómo la “adoración” hacia la creación y no al Creador me ha podido saturar, aburrir o hastiar.

3. También puede ser adecuado un hecho de vida en el que haya caído en la cuenta de la pequeñez del hombre (ante una enfermedad, muerte; o por todo lo contrario, un nacimiento, un éxito, etc.) y al mismo tiempo haya percibido su grandeza porque ha sido creado por Dios.

4. Presentar un hecho de vida en que me haya “endiosado” más o menos conscientemente, sin tener en cuenta que todo lo bueno que hay en mí proviene de Dios, de mi Creador, y exponer las consecuencias desastrosas que siguieron.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• Los relatos de la Creación del libro del Génesis pueden ser un buen punto de partida para este tema (Gén 1,1-2,4).
• En el libro de Job, el Creador hace desfilar ante los ojos del protagonista del libro las maravillas de la creación (Job 38,1-40,5).
• Los salmos presentan con frecuencia a Dios como Creador y Señor de toda la creación (Sal 29 (28), 33 (32), 96 (95), 104 (103), 147 (146-147), 148; Dan 3,57-88).
• En el Nuevo Testamento, Dios es el Señor de la creación que hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45), cuida providentemente de la creación (Mt 6,25-34). Además, Jesús es el “primogénito de toda la Creación” (Col 1,15), en el que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra serán recapituladas (Ef 1,10).

B) Magisterio de la Iglesia

• En este tema es muy útil leer los números 279-324 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre Dios Creador y la creación.
• Relación que el hombre debe tener con la creación (GS 12, 36, 57).
• El magisterio de los papas hace aportaciones desde muy diferentes perspectivas: Juan Pablo II, en Dominum et Vivificantem 11-14 y 39 ilumina la relación entre creación, Espíritu Santo y salvación. Benedicto XVI advierte de la necesidad de respetar la creación para garantizar el bien de los hombres (CV 48-49). El papa Francisco insiste en el respeto necesario por la creación (EG 215).
• El mundo no procede de la casualidad sino de una decisión de Dios (LS 77); la tierra nos es dada por Dios para cuidarla no para explotarla salvajemente (LS 67); todo lo creado tiene un valor ante Dios (LS 69); correcta relación del hombre con la creación (LS 70).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

Como compromiso individual puedo centrar mejor mi actitud ante Dios Creador y añadir a mi oración diaria una acción de gracias por ser su criatura, estar hecho a su imagen, por la creación. Otro posible compromiso podría ser modificar mi relación con la creación, si la uso inadecuadamente o con despotismo, para pasar a usarla en bien de los hombres: siendo más austero en el uso de recursos y de este modo poder emplear el dinero ahorrado para ayudar a gente en necesidad.

De este modo, cuidando la creación, estoy amando a mis hermanos. En el caso de que adore más a la creación o a las obras del hombre, como la tecnología o el arte, puedo cambiar esta actitud para reconocer al Creador de todo, trascendiendo tanto los logros tecnológicos como los artísticos o de cualquier otra índole y para ver siempre a Dios a través de ellos. Como compromiso de grupo podríamos organizar una oración o eucaristía para poder dar gracias a Dios por la creación en un lugar donde nos concienciáramos más de esta realidad como el campo.

Tema 2. Dios es amor

DIOS ES AMOR

“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él” (1Jn 4,16)

OBJETIVO

Entender que la relación con Dios es un misterio de amor por el cual vamos siendo transformados día a día.

INTRODUCCIÓN

Henri J. M. Nouwen, sacerdote y escritor, cuenta en su libro El Regreso del Hijo Pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, cómo, mientras hablaba con una amiga a la que fue a visitar, se fijó en un cartel que estaba colgado en la puerta de su despacho. Vio “a un hombre vestido con un enorme manto rojo tocando tiernamente los hombros de un muchacho desaliñado que estaba arrodillado ante él”. Se sintió atraído por la intimidad entre las dos figuras, pero especialmente por la manera en que las manos del anciano tocaban los hombros del muchacho. Esas manos son las manos de Dios, de ese Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cf. Lc 15,11 ss). En el cuadro de Rembrandt, cada detalle de la figura del padre, y sobre todo, el gesto tranquilo de las manos, habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre. Dice Henri J. M. Nouwen que “la Parábola del Hijo Pródigo es en realidad una “Parábola del amor del Padre”. Es la historia que habla del amor que existía antes de cualquier rechazo y que estará presente después de que se hayan producido todos los rechazos.”

En palabras de Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). Por eso, la afirmación de Juan, “Dios es amor” (1Jn 4,8), es una afirmación de fe basada en la experiencia, en un encuentro, en el encuentro con Jesucristo: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1Jn 4,16). Juan no afirma simplemente que “Dios ama” o que “el amor es Dios” limitándose a describir la actividad divina, sino que quiere decir que el elemento esencial constitutivo de Dios es el amor y por tanto toda la actividad de Dios nace del amor y está marcada por el amor. Cuando Jesús habla en su parábola del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata solo de meras palabras, sino que es una explicación de su propio ser y actuar. Todo lo que hace Dios, lo hace por amor y con amor, aunque no siempre podamos entender inmediatamente que eso es el amor, el verdadero amor.

En el trato con Jesucristo, Él nos descubre el gran amor de Dios (cf. DV 2). En esa relación de amigos, de confianza, de intimidad, de humildad, es donde nos da a conocer al Padre y nos entrega su amor divino. Jesucristo nos revela a Dios como amor: un Dios que ama hasta el don del propio Hijo que se entrega por nosotros, se entrega por mí (cf. Gál 2,20). Un Dios que manda a su único Hijo “porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). La omnipotencia del amor de Dios no es la del poder del mundo, sino la del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo el verdadero amor del Padre dando la vida por nosotros, pecadores. Tal y como dice Benedicto XVI, “Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre Él mismo, lo acompaña incluso a la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor.” (DCE 10).

El Espíritu Santo que nos es dado nos permite vivir de ese amor y en ese amor, recibirlo y ser transformados en el seno de la Trinidad. Puesto que “se da ciertamente una unificación del hombre con Dios (…), una unidad que crea amor, en la que ambos – Dios y el Hombre- siguen siendo ellos mismos y, sin embargo, se convierten en una sola cosa: “El que se une al Señor es un espíritu con él”, dice san Pablo (1Cor 6,17)” (DCE 10). El amor hace común todo lo que tiene. La economía salvífica es el lugar de unión de Dios con el hombre, de la revelación del amor de Dios. Dios ha mostrado a lo largo de la historia de la salvación que ama al hombre, y que lo ama personal y fielmente. La relación de Dios con el Pueblo de Israel, manifestada en Moisés, los reyes y los profetas es una revelación gradual de que Dios es amor. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza esperaba el cumplimiento definitivo, una Alianza definitiva con el hombre. Dios se ha dado a conocer a sí mismo de modo definitivo como Amor en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo.

Esta Alianza es duradera, en realidad es “nueva y eterna”, porque es perpetuada en la institución de la eucaristía, sacramento de caridad, donde Jesús se da a sí mismo para transformar por el amor a los hombres a cuyo encuentro sigue saliendo. Es en el sacramento de la eucaristía donde Jesús nos enseña la verdad del amor. De la misma manera que Cristo a sus discípulos “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1), sigue amándonos hasta el extremo, por el don de su cuerpo y de su sangre. Por lo tanto, en la eucaristía, que brota del amor y sirve al amor, está incluido a la vez el ser amados y el amar a otros. Así se convierte en escuela de amor al prójimo y nos educa para este amor de modo más profundo, ya que Cristo se ofrece a sí mismo de igual modo a cada uno.

Y puesto que Jesús nos transforma por el amor, puede darnos un mandato: “como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13,34). Tal y como dice Benedicto XVI “el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado” (DCE 14). El amor al prójimo es una consecuencia del don que Cristo ha hecho de su vida: “En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1Jn 3,16).

Los primeros cristianos consideraban a Cristo como el buen samaritano, el que se ha hecho hombre para dar su amor a los hombres, y por tanto, puede decirnos como al maestro de la ley: “anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). Nosotros podemos corresponder con el amor porque Dios nos ha amado primero y sigue amándonos primero. En definitiva, sigue dando al hombre el amor que le permite dar amor, puesto que “también hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado” (Prefacio común VIII).

“El amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios” (DCE 16), acojamos por tanto la invitación que el papa Francisco nos hace en Evangelii Gaudium a renovar nuestro encuentro personal con Jesucristo (cf. EG 3), puesto que sólo a partir de ese encuentro o reencuentro con el amor de Dios, somos capaces de amar lo que Él ama y buscar lo que Él busca. En palabras de san Agustín: “Él mismo nos ha dado este amor mutuo, al elegirnos sin tener fruto alguno, por no ser nosotros los que lo elegimos a él. Y nos ha puesto en condición de ir y dar fruto; es decir, de amarnos mutuamente, cosa que no podemos hacer sin Él”.

VER. Partiendo de la vida

1. Puedo compartir con el grupo ese encuentro íntimo o reencuentro con Jesucristo que dio una nueva dirección a mi vida, y tras el que pude experimentar y afirmar, como S. Juan, que Dios es Amor.

2. La Eucaristía es el encuentro con Cristo, presente real y sustancialmente, es el ámbito de recibir a Dios. Puedo recordar alguna ocasión en la que recibir la Eucaristía, como el acto supremo de amor donde Jesús se da a sí mismo, me haya llevado a amar a otros, reconociendo en ellos la imagen divina.

3. Presentar hechos de vida en los que la exigencia del amor de Dios al prójimo me haya costado especialmente; o por el contrario, apoyado en el amor de Dios, me haya resultado fácil o más fácil de lo que esperaba, tratar con amor a quien no me cae bien, a quien no pertenece a mi grupo de confianza o a quien ni siquiera conozco.

4. Mostrar con hechos de vida cómo mi cercanía con Dios nuestro Padre me ayudó especialmente en mi relación con mis compañeros de trabajo, mi familia, mis amigos, haciéndome capaz de mirarles no con mis ojos y mis sentimientos, sino con los ojos de Cristo; o por el contrario aquella ocasión en la que mi alejamiento de Dios se vio reflejado en mi trato hacia los demás.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como amor con abundancia de textos. Por un lado encontramos la iniciativa de amor de Dios (Sab 11,23-26; Dt 7,7-8); por otro, la respuesta de amor que Él espera (Dt 6,5). A través de los profetas, Dios recordará a su pueblo su asistencia amorosa (Jer 31,2-3; Is 54,10). Incluso después de la infidelidad a la Alianza, Dios está dispuesto a ofrecer su amor al pueblo de Israel (Ez 36,25-29).
• El amor de Dios asume rasgos de inmensa ternura a pesar de la rebeldía de su pueblo (Os 11,1-11; Jer 31,20). Normalmente se utiliza la imagen paterna, pero a veces se expresa también con la metáfora del amor esponsal (Cant 1,15-16; 2,16; 6,3; Os 2,21-22).
• El Nuevo Testamento nos muestra esta dinámica del amor centrada en Jesús, Hijo amado por el Padre, que se manifiesta mediante Él (Jn 3,35; 5,20; 10,17). Solo es posible acceder al amor del Padre imitando al Hijo en el cumplimiento de los mandamientos (Jn 15,9-10). Así se llega a participar del conocimiento que el Hijo tiene del Padre (Jn 15,15).
• Jesucristo nos muestra el amor del Padre en su entrega (Jn 3,16; Gal 2,20; Jn 13,1; 1Jn 3,16; Rom 8,32), por eso puede hacernos un mandato (Jn 13,34-35; Rom 13,8; Gál 6,10). Nos enseña con su propio ejemplo (Jn 13,1-17) y por medio de parábolas como la del Buen Samaritano (Lc 10,30-37) y la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46).

B) Magisterio de la Iglesia

• El documento que más ampliamente trata este tema es la primera encíclica de Benedicto XVI Deus caritas est, especialmente los números 1, 5, 7 y del 9 al 18.
• En el Catecismo hay diversos números que nos hablan del amor de Dios Padre (CEC 210; 218-221); de su iniciativa y su cumplimiento en el Hijo (CEC 604-618); el don de ese amor por su Espíritu (CEC 733-736; 739); la vocación al amor (CEC 1604); el primer mandamiento to (CEC 2083-2132); y el mandamiento del amor (CEC 2196).
• La Constitución dogmática Dei Verbum en su número 2 habla de la naturaleza y objeto de la revelación; El Decreto Apostolicam actuositatem explica la acción caritativa como distintivo del apostolado cristiano (AA 8); la Constitución dogmática Lumen Gentium nos muestra el amor al prójimo como camino para la santidad (LG 42); el amor a los adversarios (GS 28).
• Dios se ha dado a conocer a sí mismo y de modo definitivo como amor en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo y así lo describe S. Juan Pablo II en el número 8 de su primera encíclica Dives in misericordia.
• Benedicto XVI nos define la Eucaristía como “el don que Jesucristo hace de sí mismo” y como el lugar donde el “Señor viene al encuentro del hombre” (CV 1 y 2). El papa Francisco también habla del encuentro con Cristo en la eucaristía (LF 44). Asimismo, nos invita a renovar el encuentro con Jesucristo (EG 3), ese encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva (EG 264-267).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

Un primer compromiso para este tema podría ser formativo y puede consistir en leer detenidamente y en profundidad la primera carta encíclica de Benedicto XVI Deus Caritas est, a la que se ha hecho referencia a lo largo del tema.

El amor es el centro de la fe cristiana, por lo tanto, sería interesante como compromiso de este tema replantear nuestro trato con los que nos rodean en casa, en el trabajo, en la parroquia… y concretar en alguno de ellos el mandato de Jesús, recordando que el amor de Dios es duradero, como debería ser nuestro compromiso.

En ocasiones, durante la eucaristía no llegamos a empaparnos de los textos que rezamos, que son verdaderas catequesis, por eso un buen compromiso de este tema podría consistir en dedicar algún rato de oración a lo largo de la semana a rezar con los prefacios de la misa según el tiempo litúrgico que corresponda. Como grupo podríamos obedecer al mandato de Jesús preocupándonos por aquellas personas del grupo o del centro que hace tiempo que no asisten a las reuniones bien por su situación personal, trabajo, enfermedad o simplemente por la edad, de forma que se sientan acogidas y amadas por Dios Padre por medio de sus hermanos en la fe.

Tema 3. La misericordia del Padre

LA MISERICORDIA DEL PADRE

“Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11)

OBJETIVO

Profundizar en el hecho de que la inagotable misericordia divina es la respuesta de Dios al pecado del hombre.

INTRODUCCIÓN

Una de las características de Dios Padre que suponen un mayor desafío para la mentalidad del hombre actual es la misericordia de Dios: el modo incondicional en que nos perdona y en que se nos invita a perdonar al prójimo.

La misericordia de Dios Padre queda patente a lo largo de todo el Antiguo Testamento. La alianza que Dios establece con el pueblo de Israel es ya una primera muestra de la misericordia del Creador para con su criatura, pero no es la única. Cada vez que Israel rompe esta alianza y se hace consciente de su infidelidad, apela a esa misericordia como un don que sabe cierto, aunque inmerecido. No faltan, a lo largo de las escrituras, profetas y hombres que hacen ver al pueblo elegido su condición de pecador, y que le animan a pedir perdón por sus culpas, colaborando así con la pedagogía de Dios con los hombres, a través de palabras y de obras.

Tanto el mal físico como el mal moral o pecado hacen que los hijos de Israel se dirijan al Señor recurriendo a su misericordia. Así lo hace David, con la conciencia de la gravedad de su culpa (cf. 2 Sam 11), y así lo hace también Job, después de sus rebeliones, en medio de su tremenda desventura. A Él se dirige igualmente Esther, consciente de la amenaza mortal a su pueblo (Est 4,17ss.). En los libros del Antiguo Testamento podemos ver otros muchos ejemplos y en ellos puede percibirse ya una cierta contraposición entre la justicia divina y la misericordia. Ésta última se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que aquella. Este hecho pareció tan claro a los autores sagrados, que el término “justicia” terminó por significar la salvación llevada a cabo por el Señor, y su misericordia (Sal 40, 11; 98,2ss.; Is 45,21; 56,1). La misericordia difiere de la justicia, pero no está en contraste con ella, siempre que admitamos en la historia del hombre –como lo hace el Antiguo Testamento- la presencia de Dios, el cual ya en cuanto creador se ha vinculado con especial amor a su criatura. “A través de la encarnación de Jesús se hacen visibles todas las perfecciones invisibles de Dios Padre, de modo incomparablemente mayor que a través de todas las obras realizadas por Él. Se hacen visibles en Cristo y por Cristo, a través de sus acciones y palabras, y finalmente, mediante su muerte en la cruz y su resurrección” (DM 2).

De este modo, Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina. No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas (es maestro de misericordia), sino que además, y ante todo, Él mismo la encarna y personifica. Él mismo es la misericordia. Las palabras y las obras de Cristo nos muestran la misericordia del Padre de un modo más pleno y tangible de lo que lo hacían las palabras y las obras de los profetas en el Antiguo Testamento.

El perdón de Cristo está presente en muchos pasajes de la escritura, pero podemos fijarnos en el de la mujer adúltera (Jn 8,1-11) para profundizar en algunos de sus rasgos. En dicho pasaje, vemos que Jesús es puesto a prueba por los fariseos acerca del pecado de una mujer. Él conoce perfectamente la ley y sabe que el castigo para la mujer es considerado justo y merecido, y por tanto, inevitable. Sin embargo, su mirada va mucho más allá: “el amor se transforma en misericordia cuando hay que superar la norma precisa de la justicia, precisa y a veces demasiado estrecha” (DM 5). Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús, que defiende al pecador de los enemigos; defiende al pecador de una condena justa a los ojos de los hombres. Una vez más, el misterio de la misericordia divina frente a la visión humana y rigorista de la justicia.

A la vista del modo en que Jesús perdona a la mujer adúltera, no resulta complicado comprender de qué manera Dios perdona nuestros pecados, del mismo modo que al pueblo de Israel, muchas veces por encima de nuestros merecimientos. Y no lo hace con un decreto sino, como dice el papa Francisco, “con una caricia”. Jesús no humilla a la mujer adúltera, le dice que se marche y no peque más. La misericordia de Dios “hace que nos perdone acariciándonos, acariciando nuestras heridas de pecado porque Él está implicado en el perdón, está implicado en nuestra salvación” (Francisco, Homilía en Santa Marta, 11/04/2014).

VER. Partiendo de la vida

1. Hemos visto que el pueblo de Israel se reconoce pecador, pero confía en la misericordia de Dios. Explicar hechos de vida en los que, siendo consciente de mi pecado, he acudido sin dudarlo a la penitencia con la plena confianza de ser perdonado. También, hechos de vida en los que haya abusado de la misericordia de Dios, pensando que podía actuar de cualquier manera porque tengo asegurado su perdón.

2. El papa Francisco afirma que Dios nunca se cansa de perdonarnos, sino que somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. Podría comentar si en alguna ocasión he retrasado la confesión por vergüenza, por cansancio o por mi desconfianza en recibir ese perdón.

3. Narrar hechos de mi vida en los que, tras una confesión o en cualquier otro momento, he sido consciente de que Dios me perdona siempre, incondicionalmente, y la sensación que ello ha dejado en mí.

4. Presentar hechos de vida en los que al perdonar a una persona hemos imitado la misericordia de Dios, por encima de la mera justicia; por el contrario, hechos en los que el rencor o la intransigencia hayan supuesto para nosotros un serio obstáculo para perdonar.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• Los profetas invocan a un Dios que saben misericordioso (Neh 9,17; Miq 7,18; Jon 4,2). También el salmista, que plasma en los salmos una permanente alabanza a la misericordia de Dios (Sal 23,6; 26,3; 33,22; 63,4; 117,2; 119,41; 138,8).
• En el Evangelio de Lucas encontramos las llamadas parábolas de la misericordia (Lc 15,1-32), con las que Jesús explica el modo en el que Dios nos perdona.
• Como se ha mencionado arriba, el pasaje de la mujer adúltera nos puede ayudar a comprender el perdón de Jesús a los hombres (Jn 8,1-11). También podemos contemplar el perdón al ladrón arrepentido en la cruz (Lc 23,39-43).
• Las cartas de S. Pablo también nos hablan de la misericordia divina (Rom 3,23-24 y Ef 2,1-10).

B) Magisterio de la Iglesia

• El Catecismo de la Iglesia Católica habla en diversas ocasiones de la misericordia de Dios (CEC 210-211 y 410-412). También de la muerte de Cristo para el perdón de los pecados (CEC 601-604 y 608 ss). El sacramento de la penitencia (CEC1422-1484).
• Los puntos 39 y 40 de la encíclica Dominum et vivificantem hacen referencia a algunos aspectos de la misericordia divina.
• La encíclica de S. Juan Pablo II, Dives in misericordia es todo un tratado sobre la misericordia de Dios. Aunque sería bueno leerla entera, recomendamos especialmente los números 2-5 y 12. Desde la creación se llega a la misericordia de Dios (LS 77).
• “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV 1). La misericordia divina es la forma en que Dios nos revela su amor (MV 6). En la persona de Cristo nada carece de compasión, compasión que le lleva a la acción (MV 8). En Jesucristo juez, vemos la compenetración entre justicia y misericordia (SpS 44.47).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

Hay muchas maneras de llevar a nuestra vida lo que hemos visto a lo largo del tema. Podríamos pensar en alguna persona concreta que nos haya ofendido, y poner los medios para perdonarla y restaurar lo antes posible mi relación con ella, imitando así el modo en que Dios nos perdona.
Como compromiso de formación, podríamos asumir la lectura de alguno de los documentos sobre la misericordia divina, como la encíclica Dives in misericordia, de S. Juan Pablo II o la bula de convocación del Año de la Misericordia Misericordiae vultus, del papa Francisco.
También podemos comprometernos a rezar con las parábolas de la misericordia, contemplando las escenas y asimilando la forma que tiene Dios de perdonar y de alegrarse por el perdón que otorga.
Como grupo, podemos organizar una oración de acción de gracias a Dios por su constante misericordia, invitando a ella a los que habitualmente vemos en las misas pero que no suelen participar de la vida parroquial.

Tema 4. El camino hacia el Padre

EL CAMINO HACIA EL PADRE

“Un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias” (Sal 50,19)

OBJETIVO 

Asumir la continua conversión del corazón como un paso imprescindible en nuestra peregrinación de la fe.

INTRODUCCIÓN

Todos tenemos experiencia de la fragilidad de nuestra naturaleza. No hace falta que nadie nos abra los ojos para reconocer que en nuestra vida hemos cometido errores. Con un poco de sinceridad que tengamos con nosotros mismos, descubrimos que junto a muchas cosas buenas, pequeñas heroicidades de cumplimiento fiel del deber y de la caridad, hay otras que empañan un poco nuestro buen hacer. Seguramente no son cosas graves, sin duda no han cambiado el rumbo de la historia, en muchos casos ni siquiera se han dado cuenta las personas con las que tratamos asiduamente.

Nuestra reacción ante estos fallos puede ser de tres tipos. Algunos se enfadan consigo mismos, y, además de la culpa que pudieran tener, se martirizan por un sentimiento de rabia por no haber hecho las cosas como debían, por haber fallado ante sí mismos y, a lo mejor, incluso ante otras personas. Otros hacen lo que suele decirse del avestruz: esconden la cabeza bajo tierra y simplemente ignoran los fallos, excusados a veces en que son humanos y todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Un tercer tipo de personas, aunque en un principio puedan sentir la tentación de los anteriormente descritos, terminan afrontando la dura realidad de su flaqueza, y se comprometen de nuevo en la lucha por evitar próximas ocasiones, pidiendo perdón, si fuera el caso, a los que pudieran sentirse heridos.

En realidad, los primeros se están dejando llevar por la soberbia y el orgullo. No aceptan sus fallos que consideran impropios de sus personas. En el fondo no han descubierto que la naturaleza del hombre está dañada por el pecado, y que desde el pecado de nuestros primeros padres, la inteligencia y la voluntad humanas no son perfectas. Yerran. Y esta es una verdad que deben asumir. Por otra parte, los que siguen el ejemplo de los avestruces, pueden dejarse llevar con facilidad por el egoísmo, simplemente pensando en sí mismos y en la tranquilidad de su conciencia. Hay una cierta indiferencia sobre el daño que puedan hacer a los demás. En realidad son personas que viven sin esperanza, sin alegría porque todo les da igual. Las personas del tercer tipo son las que tienen ambiciones nobles, deseo de superación, pero, a la vez, saben que sus solas fuerzas no son suficientes para superar sus errores. Las contrariedades y dificultades van a venir a pesar de preverlas y no siempre van a ser capaces de llevarlas bien.

Este es el caso del cristiano en su peregrinación en la fe. Estamos llenos de buenos propósitos, de grandes deseos de fidelidad, entrega, servicio, superación personal, crecimiento en la vida interior. Pero el pecado aparece cuando menos lo esperamos y hace tambalear todas esas buenas actitudes. No podemos consentir que nuestra reacción sea la descrita en los dos primeros casos. Ni el enfado por no haber conseguido una meta, ni procurar esconder los errores como si éstos no existieran o fueran insuperables, son actitudes apropiadas para nosotros.

El reconocimiento personal del pecado nos mueve al arrepentimiento, a la contrición. Queremos ser fieles a los compromisos hechos, pero nos sabemos de condición frágil. No podemos vencer las tentaciones por nuestras solas fuerzas. El pecado acompaña la vida del hombre. Y, lo que es peor, nos acompañará hasta el mismo momento de la muerte. Si en ocasiones superamos las dificultades es por pura gracia de Dios, por su fortaleza y ayuda, ¿qué habríamos hecho sin su colaboración? El cristiano tiene que ser suficientemente realista para no tener miedo a esta verdad. Lo asume como parte de la naturaleza. Pero acto seguido le pide al Señor “un corazón contrito y humillado”. Del conocimiento de la propia fragilidad por un lado, y del infinito amor paternal de Dios por otro, nace el deseo de volver al Padre, de amarle cada vez más y de que ese amor nos fortalezca ante las tentaciones que sin duda aparecerán.

En esto consiste la conversión: volver la mirada a nuestro Padre Dios, después de haber reconocido el pecado, confiando en su misericordia. El pecado nos hace apartar los ojos del Señor. Se interpone entre Dios y nosotros hasta conseguir sacarle a Él de nuestro campo de visión. La conversión es esa actitud interior que, bajo el aliento del Espíritu, nos lleva a desear recuperar la visión del Señor, recuperar estar de nuevo junto a Él dejándonos mirar por Él, disfrutar de nuevo esa mirada de amor y de misericordia que es el estado de gracia. Pero la conversión no es algo que se consiga de una vez para siempre. Es fruto del amor y el amor no se mide por los hechos heroicos que pueden darse en ocasiones, sino por a heroicidad de vivir la fidelidad al amor en las cosas pequeñas de cada día, en los detalles que muestran ese deseo de entrega generosa en cada momento de la jornada. Debemos mantener un espíritu de conversión continua deseando que cada momento de nuestra vida sea expresión de nuestra opción por Cristo, y que cuando no lo haya sido seamos capaces de rectificar y cambiar de actitud.

VER. Partiendo de la vida

1. Presentar hechos de vida en los que mi reacción ante el pecado haya sido desproporcionada y no haya mostrado nuestra esperanza cristiana. Puedo contar también algún hecho de vida que muestre que mi actitud en lucha contra el pecado es algo así como un activismo, cimentado únicamente en mis propias fuerzas, sin tener en cuenta la acción de Dios en mí.

2. Por otra parte, puedo traer al grupo hechos de vida en los que ante un error propio, me he justificado o incluso he hecho culpable a otro de mi falta; o por el contrario, hechos de vida que muestren mi humildad al reconocer como propio mi pecado.

3. Narrar hechos de vida en los que he sentido la presencia del Espíritu Santo que me ha llevado a tener una actitud de conversión continua. ¿Cómo es mi actitud ante la conversión? ¿Es algo que sólo me planteo puntualmente, en vísperas de una confesión? O, ¿trato de vivir cada día con esta intención de volverme cada vez más hacia el Señor?

4. Puedo buscar hechos de vida en los que se vea cómo me afectan las cosas pequeñas en mi relación con Dios y cómo he intentado rectificar algún pequeño acto de desamor.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• El Nuevo Testamento es una continua llamada a la conversión, especialmente en los comienzos de la vida pública de Jesús (Mt 4,17; Mc 1,14; Lc 13,1-5). San Pablo nos insta a reconciliarnos con Dios (2Cor 5,19- 21). La actitud humilde del siervo mueve a compasión al rey de la parábola (Mt 18,23-27).
• Con las parábolas, el Señor nos expresa la existencia del mal junto al bien (Mt 13,24-30; Mt 13,47-50).
• En la parábola del hijo pródigo, Jesús hace una pormenorizada descripción del proceso de conversión (Lc 15,1-32).
• El arrepentimiento de Pedro tras las negaciones (Mt 26,69-75); el sentimiento de contrición expresado por el salmista en el Miserere (Sal 50); Jesús nos muestra la verdadera forma de hacer penitencia (Mt 6,1-7).

B) Magisterio de la Iglesia

• El Espíritu Santo es el que nos anima a la conversión (DetV 42-45). Todos los hombres estamos llamados a la conversión personal y al seguimiento del Señor (AG 13). El Catecismo describe lo que significa la conversión en la vida del cristiano (CEC 1427-1433).
• La primera encíclica de san Juan Pablo II (DM) dedica los números 5 y 6 a la parábola del hijo pródigo, convendría que los leyéramos con detenimiento.
• Lo contrario de la conversión: ponerse a uno mismo en el centro, aislándose y alejándose del Señor (LF 19); volver una y otra vez a Dios que no se cansa de perdonarnos (EG 3). La conversión y la reconciliación como camino a la Eucaristía (SaC 20).
• No reconocer la culpa no justifica ni salva (SpS 33); la oración purifica para poder llegar a Dios (SpS 39).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

El compromiso en este tema debe ir encaminado a profundizar en nuestra forma de vivir la conversión. Un buen compromiso podría ser dedicar el rato de oración de algún día a meditar con el salmo 50, en el que el autor sagrado nos enseña el camino de la conversión. Podemos hacer esto mismo con el texto de la Pasión del Señor como fondo, que nos llevará a una profunda contrición.
Otra opción podría ser renovar el modo en el que nos dirigimos a la confesión: haciendo verdaderamente un buen examen de conciencia, arrepintiéndonos con sincero dolor de corazón, proponiéndonos estar siempre en actitud de conversión…Y también, dedicando un rato a dar gracias a Dios por el perdón recibido. Otro compromiso puede ser buscar un director espiritual, si todavía no lo tengo o, en caso de que lo tenga, preparar bien los ratos de charla con él. Como compromiso de grupo, proponemos organizar en la parroquia una celebración comunitaria de la penitencia y tener tras ella un encuentro festivo para hacer patente que el perdón de Dios es una fiesta.

Tema 5. Los pobres de Yaveh

LOS POBRES DE YAVEH

“Lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40)

OBJETIVO

Entender la atención a los pobres como deber de justicia que ha de tender a la total liberación de los hombres: espiritual y material.

INTRODUCCIÓN

Vivimos en un mundo fuertemente segregado: una multitud de seres humanos sufre una pobreza de recursos fundamentales (gente que muere de hambre, que carece de techo, que no tiene acceso a la sanidad ni a la enseñanza…), mientras unos pocos dilapidan los bienes que no les corresponden. Aun así, aquellos que viven en abundancia son incapaces de huir de la pobreza, ya que ésta se manifiesta de maneras diferentes: discriminación social, abandono de personas mayores o enfermas, la insidia de la droga…

La historia humana está marcada por la experiencia del pecado, que tiene como consecuencias la desigualdad, la miseria, la intolerancia, la injusticia... Esta triste secuencia “nos conduciría a la desesperación, si Dios hubiera abandonado a su criatura. Pero las promesas divinas de liberación y su victorioso cumplimiento en la muerte y en la resurrección de Cristo son el fundamento de la gozosa esperanza de la que la comunidad cristiana saca su fuerza para actuar resuelta y eficazmente al servicio del amor, de la justicia y de la paz” (LC 43). Esta esperanza nos llama a la acción, y debe movernos hacia la erradicación de la pobreza.

Las desigualdades que afectan a tantos hombres y mujeres en todo el mundo están claramente en contradicción con el Evangelio de Cristo, quien no permaneció impasible, sino que se hizo pobre para que le reconozcamos en los necesitados: “cuantas veces lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Siguiendo el ejemplo de Jesús, ningún cristiano puede dejar de preocuparse por este problema y dedicar su vida a su solución.

La labor de la Iglesia en el mundo, al igual que la de su Fundador, debe ser evangelizadora y salvífica. Lo que mueve a la Iglesia a avanzar en su misión es el mismo amor que siente Cristo por la salvación de todo hombre; este amor impulsa a comunicar a cada ser humano la vida divina que le libere de las ataduras del pecado y eleve su dignidad perdida. No obstante, no podemos quedarnos aquí: la caridad de Cristo nos urge a conseguir para cada hombre también el bienestar temporal. La atención material es parte sustancial de la misión, ya que su carencia impide el desarrollo integral del ser humano. Es por eso por lo que la Iglesia no se cansa de denunciar las injusticias ni de empujar a sus fieles al trabajo por los más necesitados.

A imagen del Maestro que, además de enseñar y predicar, curó enfermedades y alivió sufrimientos, la Iglesia, desde sus comienzos, no ha dejado de ayudar de una forma integral a los más necesitados. Toda la historia de la Iglesia está salpicada de iniciativas que han tenido esta doble finalidad de atención al alma y al cuerpo: hospitales para peregrinos; centros educativos para niños pobres, para niños abandonados, o para niñas, que en otros tiempos no merecían instrucción; cuidado de ancianos; orfanatos... En la actualidad no podemos dejar de fijarnos en obras como la de Cáritas, en la labor de las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa, o en tantos asistentes sociales anónimos que entregan su vida al servicio de Cristo pobre.

Un instrumento insustituible que viene en nuestra ayuda en este campo de trabajo apostólico es la doctrina social de la Iglesia. “La enseñanza social de la Iglesia nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias -comprendidas en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la justicia- con los problemas que surgen en la vida de la sociedad “ (LC 72).

Esta parte de la enseñanza de la Iglesia pone al servicio de la humanidad principios de reflexión, criterios de juicio y pautas de acción, basados en el saber y las ciencias humanas, para poder llevar a cabo los cambios estructurales que lleven al hombre al bien espiritual y material.

No hay que olvidar que la acción caritativa de la Iglesia y de cada cristiano ha de enmarcarse en las bienaventuranzas. “El compromiso necesario en las tareas temporales al servicio del prójimo y de la comunidad humana, es al mismo tiempo, requerido con urgencia y mantenido en su justa perspectiva. Las bienaventuranzas preservan de la idolatría de los bienes terrenos y de las injusticias que entraña su búsqueda desenfrenada” (LC 62). Las bienaventuranzas, como núcleo de la doctrina de Jesús, reflejan los rasgos de su rostro y nos hablan de la esperanza en las pruebas. Ellas resumen la vocación de los cristianos asociados a la Pasión del Señor e iluminan las actitudes y el trabajo de toda la Iglesia en favor de los más necesitados.

Como resumen del tema, podemos acudir a san Gregorio Magno en su tratado de moral y predicación Regla Pastoral: “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les damos de nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que cumplir un acto de caridad, lo que realizamos es un deber de justicia”.

VER. Partiendo de la vida

1. Los pobres son hombres y mujeres necesitados de amor y de justicia. Puedo narrar hechos de vida que muestren mi actitud hacia los necesitados: si es de preocupación honda que conduce a la acción, o si por el contrario, es de indiferencia o simple desconocimiento.

2. Exponer algún hecho de vida que deje ver si mi forma de actuar con los pobres es de simple activismo que se limita sólo a satisfacer necesidades materiales o de orden temporal, o si además me intereso por solventar otros tipos de pobreza como la falta de esperanza, la falta de compañía, el alejamiento de Dios…

3. Puedo compartir con el grupo hechos de vida en los que ante una injusticia he sido capaz de denunciarla con valentía y trabajar en su solución; o por el contrario, hechos de vida en los que mi silencio cobarde haya agravado una situación injusta.

4. Presentar hechos de vida en los que me he agarrado al “sálvese quien pueda” y he caído en el individualismo o la insolidaridad, actuando sólo cuando estaban mis intereses en juego, en lugar de ser sensible al sufrimiento de los necesitados más alejados de mi ambiente.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• En el Antiguo Testamento, Dios anima al pueblo de Israel a luchar por la justicia y la igualdad (Is 58,6-12). “La limosna perdona los pecados” (Eclo 3,30). San Pablo se dirige a los cristianos para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles que pasan necesidad (2 Cor 8,8-16; 1 Tm 5,7-8; 6,17-19).
• En el Evangelio se presenta el apego a las riquezas como importante obstáculo para el seguimiento de Cristo (Lc 18,18-23; Lc 16,13-15); el abandono en la Providencia como norma del cristiano (Lc 12,22-34).
• Las bienaventuranzas como luz y guía de nuestra acción caritativa (Mt 5,1-12). Zaqueo nos da ejemplo de solidaridad después de su conversión (Lc 19,1-10).
• Jesús nos enseña a compartir no sólo de lo que sobra sino incluso de lo necesario (Mc 12,41-44), al igual que hace S. Pablo (2 Cor 9,7). Jesús mismo se coloca como destinatario de nuestras atenciones o desatenciones a los hermanos necesitados (Mt 25,31-46). Somos nosotros quienes hemos de alimentar al pobre (Mc 6,37).

B) Magisterio de la Iglesia

• El amor preferencial de la Iglesia por los pobres está magistralmente expuesto en los puntos 66-68 de la instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis conscientia (Libertad cristiana y liberación). Todo el documento es un tratado sobre la acción social de la Iglesia que conviene leer al completo.
• La acción caritativa debe ser distintivo del apostolado cristiano (AA 8), que se involucra personalmente en la lucha por el bien común (PT 53-59).
• Sobre la relación existente entre justicia y paz, justicia y caridad y sobre la solidaridad como forma de testimonio que se manifiesta con los pobres (SRS 38-42; 46-48). Para alcanzar la santidad hemos de seguir a Cristo pobre (LG 41), atendiendo a los necesitados de manera integral (CV 21-31).
• Cada cristiano es instrumento de Dios para escuchar y socorrer al pobre (EG 187); la solidaridad nos lleva a pensar en la persona antes que en los bienes (EG 188); “a devolver al pobre lo que le corresponde” (EG 189); a hacernos responsables de los demás (CV 38). La soledad como pobreza honda (CV 53). No debe haber pobreza entre los cristianos (DCE 20).
• La caridad pertenece a la naturaleza de la Iglesia (DCE 25); es motor de desarrollo.

ACTUAR. Compromiso apostólico 

El campo de compromisos que nos brinda este tema es muy amplio. En primer lugar, un compromiso de formación que puede consistir en el estudio de alguna encíclica que aborde el tema de la doctrina social de la Iglesia, por ejemplo, Evangelii Gaudium o Caritas in Veritate. También podemos leer el Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma de 2014 o su Homilía ante los nuevos cardenales, en febrero de 2015.

Otro compromiso podría ser integrarse en el grupo de caridad de nuestra parroquia, ayudar en alguna iniciativa contra el hambre, colaborar con Cáritas parroquial o diocesana, con Ayuda a la Iglesia Necesitada, o informarse sobre alguna ONG para trabajar en ella.

No estaría mal en este tema, recordar la obligación moral que tenemos los cristianos de ayudar económicamente a la Iglesia en sus necesidades, sobre todo conociendo tantas obras de caridad como realiza.

Como compromiso de grupo, podría hacerse una visita a algún asilo o comedor de pobres, para conocer la realidad en la que viven, e intentar que se forme un grupo cuyo compromiso apostólico fuera ofrecerse para trabajar en alguno de esos centros. También como grupo, podríamos asumir el compromiso de socorrer a alguna persona o familia de la parroquia que sepamos que está necesitada.

Tema 6. Reino de Dios y Reino de los hombres

REINO DE DIOS Y REINO DE LOS HOMBRES

“Para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16)

OBJETIVO

Hacernos cada vez más conscientes de que los cristianos tenemos por misión llevar a los hombres el mensaje de Cristo, sin dejarnos influir por criterios y planteamientos mundanos.

INTRODUCCIÓN

Estamos acostumbrados, por desgracia, a escuchar noticias sobre corrupción de personajes responsables de la vida pública, a recibir mensajes que empujan sin descanso a un consumismo exacerbado, a que el afán de escalar puestos a cualquier precio sea el motor del hombre de hoy y la mentira, su más eficaz arma. Somos testigos de una mentalidad peligrosamente extendida que valora a las personas más por lo que tienen, ya sea recursos económicos, títulos académicos, influencia en los medios de comunicación, etc., que por lo que son. Su dignidad como personas se basa, según estos criterios, no en su origen y destino divinos, no en ser criatura de Dios, irrepetible, por la que Cristo subió a la Cruz, sino en sus riquezas, sean del tipo que sean. Nos vemos rodeados por un ambiente hostil que pretende, en aras del progreso y del mayor bienestar del hombre, destruir al propio hombre, alejándolo de su verdadero camino e introduciéndolo en una espiral de vértigo que desemboca en el vacío.

La civilización occidental, antorcha que guió al mundo durante siglos, ha entrado en una crisis de orden civil y también religioso, que podría conducirla a su destrucción. Sus raíces cristianas, sin las cuales es incomprensible la identidad europea, están siendo socavadas de una forma tenaz y eficacísima. En el plano de lo civil, ideologías secularizadas marcan la vida social: “desde la negación de Dios o la limitación de la libertad religiosa a la preponderante importancia atribuida al éxito económico respecto a los valores humanos del trabajo y la producción; desde el materialismo y el hedonismo, que atacan los valores de la familia prolífica y unida, los de la vida recién concebida y la tutela moral de la juventud, a un ‘nihilismo’ que desarma la voluntad de afrontar problemas cruciales como los de los nuevos pobres, emigrantes, minorías étnicas y religiosas, recto uso de los medios de información, mientras arma las manos del terrorismo”. En cuanto al aspecto religioso, la crisis procede de “la desafección de bautizados y creyentes de las razones profundas de su fe y del vigor doctrinal y moral de esa visión cristiana de la vida, que garantiza equilibrio a las personas y comunidades” (S. Juan Pablo II, Discurso en el Acto Europeísta, España 1989).

En silencio pero sin descanso, ideas contrarias al verdadero bien del hombre van instalándose en las mentes de las personas que, amparadas en la supuesta bondad de los medios de comunicación o de las instancias sociales, prestan oídos a mensajes que destruyen paulatinamente su escala de valores, alterándola e incluso desterrando de ella cualquier valor universal. Casi sin darnos cuenta, vamos dejándonos atrapar en estas redes que nos desarman desde el punto de vista moral y nos hacen vulnerables a cualquier ataque. Y ahora, vista la situación, ¿cuál debe ser la actitud de un cristiano frente a esta civilización en crisis? ¿Qué significa, en concreto, ser cristiano en nuestro siglo? El papa S. Juan Pablo II, en su encíclica Tertio Millennio Adveniente, nos da la fórmula para contestar a estas preguntas: “A la crisis de civilización hay que responder con la civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización” (TMA 52).

La expresión “civilización del amor” fue acuñada por Pablo VI en el Año Santo de 1975. El término civilización hace alusión a algo político. Pero no se queda en eso. Es igualmente importante su vertiente humanística: “La civilización pertenece a la historia del hombre, porque corresponde a sus exigencias espirituales y morales: creado a imagen y semejanza de Dios, ha recibido el mundo de manos del Creador con el compromiso de plasmarlo a su propia imagen y semejanza. Precisamente, del cumplimiento de este cometido deriva la civilización, que, en definitiva, no es otra cosa que la humanización del mundo” (GrS 13). El significado actual del término “civilización del amor” brota de una idea del Concilio Vaticano II, según la cual, es Cristo quien manifiesta al hombre su propia realidad de hombre y la grandeza de la vocación a la que ha sido llamado por Dios (cf. GS 22); por Dios que es amor, que nos destina al amor y que hace que sólo en el amor podamos aspirar a la plenitud. De este modo, la civilización del amor pasa a ser la fuerza motriz de toda la actividad de la Iglesia y, por consiguiente, de todos y cada uno de los cristianos.

Las armas de la civilización del amor no son otras que la entrega de uno mismo al bien de los hermanos; el servicio a la Verdad, que nos devuelva, plenos de significado, los conceptos de libertad, persona, derechos de la persona, amor; la alegría, alegrarse con la verdad acerca la civilización del amor: “Solamente si la verdad (...) recupera su esplendor, empezará verdaderamente la edificación de la civilización del amor” (GrS 13).

El texto que más luz puede arrojar sobre este tema es, sin duda, el himno a la caridad, de san Pablo, en 1 Cor 13. En él nos muestra el apóstol un camino más excelente: el de la paciencia, el servicio, la humildad, la alegría por la verdad, el perdón, la fe, la esperanza.

Deben hacernos pensar las palabras de Jesús: “vosotros sois la sal de la tierra, pero, si la sal se vuelve sosa...”. La sal debe mantener su sabor para cumplir su misión, es decir, los cristianos debemos mantenernos firmes en nuestras convicciones para dar al mundo el sabor que le hace falta. Seremos sal sosa si cedemos al chantaje del mundo y sucumbimos ante sus atractivos; si amoldamos el pensamiento cristiano a los dictados de las modas; si por descuidar nuestra formación no somos capaces de discernir “lo que agrada a Dios, lo bueno, lo perfecto”.

Desgraciadamente, no son pocas las veces que nos dejamos vencer, consciente o inconscientemente. Cuántos de nosotros pueden decir que no han mentido nunca en un currículum, exagerando sus conocimientos o trayectorias; quién no ha usado nunca cosas de la empresa para propio beneficio (una impresora, por ejemplo); quién ha tenido siempre sus opiniones firmemente ancladas en la sana doctrina; y así, un larguísimo etcétera. Corremos un constante peligro de perder nuestro sabor y de ese modo sólo serviremos para que nos pise la gente.

Hemos de poner manos a la obra y mostrar al mundo que hay otra forma más humana de hacer las cosas, más conforme con la naturaleza y las necesidades del hombre. Dispongámonos a dar a nuestros hermanos el testimonio de nuestra alegría, de nuestra honradez, de nuestra comprensión, de nuestra sinceridad, de nuestra esperanza en que es posible cambiar las estructuras esclavizantes de la sociedad. Y actuemos haciendo todo lo que esté en nuestras manos, sin dejarnos amedrentar por miedos infundados o desesperanzas que no son de Dios. Actuemos para no acabar siendo, como dice el papa san Juan Pablo II, víctimas de los males que nos hemos limitado a observar con indiferencia (cf. FC 44).

VER. Partiendo de la vida

1. Presentar hechos de vida que muestren cómo el mundo ha ido poco a poco, conformándome a él, cambiando mis convicciones u opiniones. Por el contrario, hechos de vida en los que yo haya dado un testimonio de confrontación con algún criterio mundano sin importarme las modas o los convencionalismos.

2. Puedo llevar al grupo hechos de vida en los que la desesperanza en el cambio de la sociedad me haya llevado a la pasividad y a la amargura; también, hechos de vida que transparenten una actitud de esperanza activa, que no se para ante las dificultades ni espera frutos inmediatos.

3. Ha podido ocurrirme alguna vez que una falta de formación doctrinal me haya impedido hacer ver la postura de la Iglesia en temas polémicos o de interés social. Otra opción podría ser contar hechos de vida en los que la oración, propia y de los demás, se haya manifestado como fundamento y motor de mi testimonio de confrontación con el mundo.

4. Por último, hechos de vida que muestren cómo mi actitud frente a la vida, la familia, el sufrimiento o el trabajo, ha influido en el ánimo de alguno de nuestros hermanos alejados, provocando incluso la conversión.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• Jesucristo nos habla de la misión de ser luz y sal para que los hombres glorifiquen a Dios (Mt 5,13-16; Lc 9,50). En Pentecostés, los apóstoles salieron a confrontarse con el mundo pagano (Hch 2,1-11). Precioso testimonio de san Pedro sobre Jesús (Jn 6,67-69).
• El Maestro nos enseña lo primordial del servicio al prójimo (Mc 9,33-37; Jn 13,1-20).
• La figura de san Juan Bautista es el perfecto ejemplo de confrontación con las opiniones imperantes, pese a las consecuencias que esto puede acarrear (Mt 14,3-12; Lc 3,1-20). El ejemplo contrario lo constituye el joven rico, que no es capaz de sacudirse las ataduras de lo mundano para seguir a Jesús (Mc 10, 17-22).
• San Pablo nos da pautas para que nuestra conducta busque agradar a Dios y no al mundo (Ef 5,1-20). Dar testimonio con dulzura y respeto (1Pe 3,16).

B) Magisterio de la Iglesia

• El documento de la Conferencia Episcopal Española, La verdad os hará libres, recoge un magnífico programa “con el fin de ayudar a renovar el clima de nuestra comunidad cristiana y de la sociedad en que vivimos” (VL 50-66).
• En la encíclica Evangelium vitae, se expone la forma de anunciar, celebrar y servir el evangelio de la vida, realizando un cambio cultural que lleve la luz de Cristo a todos los hombres. “La formación es imprescindible para ser capaces de dar razones de nuestra fe” (VL 30-31; ChL 57-60).
• La responsabilidad de promover el bien común y mejorar la sociedad, es algo inherente a la persona humana (CEC 1913-1917). Sobre la directa confrontación con lo secular y la urgencia de caminar en la luz y llevar a los otros hasta ella (VS 84-89).
• S. Juan Pablo II nos muestra a Jesucristo saltándose convencionalismos carentes de sentido y anteponiendo siempre la persona a las modas (MD 12-16).
• Jesucristo, primera motivación para el testimonio (EG 264); la oración, algo imprescindible en la evangelización (EG 262); “dar testimonio pero no como enemigos que señalan y condenan” (EG 271).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

Este tema nos pone, como ningún otro, frente a nuestra realidad de tener que ser distintos de lo que el mundo nos propone. Debemos asumir un compromiso que potencie nuestra actitud de salirnos de los esquemas mundanos, llevando por el mundo el buen olor de Cristo. Individualmente, podemos comprometernos a intervenir en las conversaciones aportando el punto de vista cristiano, siempre bien cimentado en la doctrina de la Iglesia; a atender a los que el mundo margina acercándonos a ellos a través del asistente social de la parroquia; a ser críticos frente a la TV no contemplando programas en los que se irrumpe en las vidas de las personas para criticarlas y avergonzarlas públicamente.
Como compromiso de grupo o de centro proponemos organizar una conferencia o unas jornadas dedicadas a aclarar puntos de la postura de la Iglesia en determinados temas que interesen a la parroquia y al barrio: anticonceptivos, homosexualidad, justicia y recursos económicos, ética profesional, el servicio a la Iglesia y a la sociedad, libertad de conciencia, relación con otras confesiones...

Tema 7. Dios, Padre universal

DIOS, PADRE UNIVERSAL

“Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gén 1,27)

OBJETIVO

Ver en todo ser humano, sin excepción alguna, a un hermano, pues todos somos hijos de Dios Padre.

INTRODUCCIÓN

Al recitar el Credo en la eucaristía dominical, los cristianos proclamamos nuestras creencias más fundamentales y, no debemos olvidar, que la primera de estas proclamaciones es que Dios es Padre. Padre de todos los hombres. Sin excepciones ni condiciones. La última creación de Dios es el hombre y Dios se complace en él: “vio Dios lo que había hecho y era muy bueno” (Gén 1,31). Dios crea a cada hombre, ha pensado en cada uno y lo ha amado desde toda la eternidad y es así como es padre de toda la humanidad. De hecho, cuando los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, Él no responde: “Dios, padre mío”, sino, “Padre nuestro que estás en el cielo” (Mt 6,9).

Partiendo de esta hermosa verdad, debemos caer en la cuenta de que ninguno de nosotros estamos endisposición de rechazar a ningún ser humano por motivos de raza, credo o condición, sean estos cuales sean. Todos tenemos la dignidad de hijos de Dios y, en consecuencia, todos los hombres somos hermanos. De tal manera que “no podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios”. Con estas rotundas palabras comienza el punto nº 5 de la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II. ¿Cómo amaremos al Padre, al que no vemos, si no amamos a los hombres a los que vemos? (cf. 1Jn 4,20).

Ahora bien, no podemos engañarnos y esta condición fraternal no es fácil de vivir en lo cotidiano de la vida. Por nuestra mente puede pasar una larga lista de personas a las que, por numerosas razones, no sentimos cercanas a nosotros. Ahí está el gran reto para los cristianos: ir modelando nuestro corazón en la fraternidad hacia todos. El papa Francisco nos recuerda que “Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos” (EG 113). Si el Padre quiere unirse a todos, ¿quién soy yo para trazar líneas divisorias, crear grupos o hacer distinciones? No podemos olvidar que Jesús nos pide amar a nuestros enemigos y pedir por los que nos persiguen (cf. Mt 5,44) y que termina esta exhortación diciéndonos que seamos “perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

Desde la perspectiva del amor, el Señor irá transformando nuestro corazón y, nuestra mirada hacia los demás irá adquiriendo una dimensión diferente. Seremos personas más conciliadoras, más constructivas, más reflejo del Padre y conseguiremos poner amor donde haya odio, perdón donde haya ofensa, unión donde haya discordia…Esta forma de actuar y de ver a las personas nos ha de llevar a modificar nuestra actitud hacia aquellos a los que vemos muy distantes de nosotros, ya sea porque no comparten nuestras formas de pensar o, especialmente, nuestras creencias más profundas. Para poder realizar este acercamiento a personas de otro credo u otra forma de pensar, y así dialogar con ellas, conviene que reflexionemos sobre las enseñanzas de la Iglesia, que, siempre y en especial desde el Concilio, nos ha invitado a ver “lo que en estas religiones es verdadero o santo (…) que aunque discrepen mucho de lo que ella (la Iglesia) mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (NA 3).

Pablo VI, en su encíclica Ecclesiam Suam, dice: “no queremos negar nuestro respetuoso reconocimiento a los valores espirituales y morales de las diversas confesiones religiosas no cristianas, queriendo promover y defender con ellas los ideales que pueden ser comunes en el campo de la libertad religiosa, de la hermandad humana, de la buena cultura, de la beneficencia social y del orden civil” (ES 49).

Por último, podemos concluir que lo que verdaderamente nos impide trabajar con los hombres y mujeres que no comparten nuestras ideas o creencias puede que sea en el fondo un problema de falta de amor, pues como leemos en el Concilio: “La relación del hombre con Dios Padre y la relación del hombre con los hombres sus hermanos están tan estrechamente unidas, que dice la Escritura: el que no ama, no ha conocido a Dios (1 Jn 4,8)” (NA 5).

VER. Partiendo de la vida

1. Puedo traer al grupo, hechos de vida que dejen ver mi actitud frente a los miembros de otras religiones: si propicio un acercamiento, o si por el contrario, los prejuicios me alejan o incluso me llevan a considerarme superior.

2. Mostrar hechos de vida en los que se vea mi colaboración en buenas iniciativas, aunque hayan sido promovidas por personas de otro credo o de ideas muy alejadas de las mías propias.

3. Podemos citar hechos de vida en los que se vea nuestra reacción ante las muestras de racismo, que llegan a ser a veces de una violencia física mortal. Y, ¿cuál es mi actitud ante el racismo más sutil que no llega a herir físicamente, pero que ofende de igual modo la dignidad de un hermano? ¿Participo en ello con mi voz o mi silencio?

4. Exponer algún hecho de vida que refleje mi relación con personas cercanas a mí que no comparten mis creencias o ideas, o que incluso las atacan o las desacreditan.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• Dios crea al ser humano a su imagen y semejanza (Gén 1,26ss). “Uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23,8); destinados a ser hijos de Dios (Ef 1,5).
• Los designios de salvación se extienden a todos los hombres (Sb 8,1; 1 Tm 2,4). Por el bautismo, somos hermanos en Cristo (Gál 3,27-29).
• Dios da la vida a todos los hombres y les impregna con el ansia de buscarle (Hch 17,26ss).
• El apóstol Pablo nos invita a tener una actitud de paz con todos los hombres (Rm 12,18).

B) Magisterio de la Iglesia

• Parte de las ideas que configuran este tema están tomadas de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra Aetate. Por eso no podemos dejar de leer los nn. 1-5.
• La Constitución Lumen Gentium nos habla en su número 16 de las relaciones con los no cristianos. Pablo VI nos habla del diálogo con otras religiones en su encíclica Eclesiam Suam, capítulo III.
• El hombre, imagen de Dios (CEC 1701-1709). “Inescrutable realidad de la paternidad de Dios” (UUS 26); hermandad de todos los discípulos de Cristo (UUS 42).
• El papa Francisco nos enseña de una forma sencilla y directa cómo acercarnos a los hombres nuestros hermanos para presentarles nuestra fe en Jesús (EG 127-128).
• Dios, Padre de todos, “nos convoca a una comunión universal” (LS 76).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

Este tema tiene que habernos hecho reflexionar profundamente en nuestro ser hermanos de todos los hombres y es seguro que ya tendremos un compromiso en mente. No obstante, sugerimos una serie de pistas para que esta labor nos sea más fácil.

Es muy probable que haya personas inmigrantes necesitadas en nuestras parroquias. A través del asistente social podemos ayudarlas, no sólo económicamente, sino viendo también si tienen otras necesidades, como puede ser el aprender nuestro idioma, aprender a leer y escribir, organizar sus papeles de residencia y trabajo, etc.

Hay organizaciones (unas dependen de la Iglesia y otras no) que trabajan y ayudan en los campos de refugiados. En estos campos hay necesidades de todo tipo. Medicinas, dinero y alimentos son siempre necesarios y esperados. Podemos comprometernos a trabajar asiduamente con una de estas organizaciones.

Probablemente cerca de nosotros tengamos alguna persona que sea muy contraria e incluso beligerante hacia nuestras ideas y creencias. Podemos plantearnos incluirla entre las personas por las que pedimos asiduamente.

Como compromiso de grupo sugerimos realizar alguna actividad en nuestro centro en la que se puedan recaudar fondos para ayudar a cualquier organización a las que antes hemos aludido, ayudar a personas concretas a través de los cauces que nos brinde nuestra parroquia.

Tema 8. Santa María, hija predilecta del Padre

SANTA MARÍA, HIJA PREDILECTA DEL PADRE

“Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28)

OBJETIVO

Vivir la filiación divina como Sta. María: desde el profundo amor al Padre y la entrega total a su voluntad.

INTRODUCCIÓN

Sin duda alguna, el punto de inflexión más importante y decisivo de la Historia de la Humanidad es el momento de la Anunciación. Llamado por S. Pablo, “la plenitud de los tiempos”, posibilitó la redención, por parte de Jesucristo, según el plan de Dios para nuestra salvación. Fue un momento en el que toda la creación estuvo pendiente de la respuesta que una jovencita de Nazaret iba a dar, nada menos que a Dios. Es una cumbre de la Historia desde la que puede contemplarse todo lo anterior y lo que habría de suceder después. Lo previo fue el tiempo de las promesas, de los preparativos, de la espera paciente de un pueblo que aguarda a un Salvador.

Dios tuvo a bien enviar a su Hijo al mundo, pero no de forma colosal o grandilocuente, sino siendo uno de nosotros; compartiendo con los hombres, todo lo que entraña la naturaleza humana, excepto el pecado. Quiso formarle un cuerpo (cf. Heb 10,5) y para ello, fue también su voluntad predestinar a la que había de ser su Madre. En su infinita misericordia y desde toda la eternidad, escogió a la joven María de Nazaret y la adornó con todos los dones necesarios para desempeñar la misión que iba a encomendarle (cf. LG 56). Llena de gracia y libre de pecado debía ser Aquella que estaba llamada a ser la madre del Salvador, redimida ya desde su concepción. La Iglesia afirma en el dogma de la Inmaculada Concepción que “la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”. Este hecho particularísimo, llevado a cabo por Dios con una sola de sus criaturas en toda la historia, es la prueba más elocuente de la predilección del Altísimo por esta hija suya a la que colmó de su amor y de su gracia. Pero, además, Dios quiso que la mujer que había elegido y preservado del pecado, fuera libre en su decisión, tuviera la posibilidad de aceptar o rechazar el plan de Dios sobre ella: “el Padre de las misericordias quiso que precediera a la Encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también la mujer contribuyera a la vida” (LG 56); y por eso, en aquel momento sublime, todo estuvo pendiente de un fiat, de un “hágase” en los labios de una virgen nazarena.

La consulta por parte de Dios nos deja atónitos. ¿Por qué tendría Dios que consultar a su criatura, pedirle su consentimiento? En realidad, la respuesta no es para asombrarse tanto: si Dios la había creado libre, sería contradecirse a sí mismo el forzarla a obedecer; si así hubiera sido, ella actuaría por el determinismo de no tener otra opción, en lugar de hacerlo libremente, por amor y gratitud a quien le había dado la vida. Sí nos impresiona y mucho la respuesta de María. No pierde los nervios, no se queda sin palabras, sino que, desde la serenidad, analiza la propuesta y sus propias circunstancias: “¿cómo será eso, pues no conozco varón?” (Lc 1,34). Una vez aclaradas las dudas desde la fe, pues la lógica no tiene aquí ningún papel, acepta con total rotundidad y expresa su entrega con esa hermosísima fórmula: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Y el universo entero dejó de contener la respiración. El plan divino de salvación estaba en marcha gracias a que esta joven ha dejado a un lado los planes para su vida, y, con toda seriedad, se ha puesto en manos de su Padre Dios para, en adelante, cambiar su voluntad por la de Él y entregarse sin reservas a la misión de ser la madre del Mesías, esperado por su pueblo durante siglos. “Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Y tomó carne en el seno de una muchacha judía que creyó, al estilo de Abrahán, que lo que se le dijo de parte de Dios, se cumpliría (cf. Lc 1,45).

Consecuencia completamente lógica de la fe de María es la visita a su prima Isabel. Por fe, la Virgen abraza entonces la voluntad de Dios, como sin duda lleva haciendo toda su vida, y por amor a ese Dios que la ha creado y la ha elegido, se siente impelida a servir a sus hermanos. Conoce por el Ángel la situación de su pariente Isabel, mayor ya y embarazada. San Gabriel da esta información como confirmación de que Dios puede todo lo que quiere: “…en su ancianidad ha concebido un hijo porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37). Y en ese momento histórico, en el que María se hace esclava de la voluntad de Dios, surge en ella la necesidad urgente de ir a atender a quien la necesita. Y no se para ni un momento a contemplarse a sí misma: elegida por Dios, madre del Salvador, llena de gracia…, sino que “corrió aprisa a la montaña” (Lc 1,39), porque allí estaba Isabel que necesitaba su ayuda.

Demos gracias a Dios, Padre de misericordia por María que “redimida de un modo eminente, en atención a los méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo” (LG 53).

VER. Partiendo de la vida

1. Puedo contar un hecho de vida que muestre cuál es mi actitud ante una toma de decisión: si me paro a pensar qué es lo que el Señor está pidiéndome en ese momento; o si, por el contrario, ni siquiera me planteo que Dios pueda estar presente en mis opciones y hago prevalecer mi voluntad.

2. Hechos de vida que dejen ver qué es lo que me mueve en mi actuar cotidiano: mi propio interés, mis apegos, el afán de servicio, mi comodidad, la posibilidad de hacer algo bueno por alguien, la opinión que los demás puedan formar de mí…

3. También puedo traer al grupo algún hecho de mi vida en el que pueda verse cómo es mi reacción ante alguna circunstancia en la que veo claramente la voluntad de Dios sobre mí: si me resisto o incluso me rebelo; o si lo acepto con mansedumbre, poniéndome en las manos de mi Padre, que me acompaña y me acerca a Él a través de las cosas que me pasan.

4. Presentar algún hecho de vida en el que, tras conformar mi voluntad con la de Dios, me he sentido empujado a servir a alguien en algo en concreto. O también, ocasiones en las que me he sentido instrumento del amor de Dios para mis hermanos.

JUZGAR. Iluminación desde la fe 

A) Sagrada Escritura

• “Cuando Dios se revela hay que prestarle la obediencia de la fe” (Rom 1,5; 16-26; 2Cor 10,5-6); el cristiano, llamado a hacer la voluntad de Dios (Heb 10,5-7).
• Disfrutemos una vez más del relato de la Anunciación con toda su riqueza de matices (Lc 1,26-38). Su fe lleva a María, a actuar con disponibilidad y entrega (LC 1,39-45) y a cambiar sus planes (Mt 2,13-15).
• La caridad como remedio para el pecado (1 Pe 4,8); la caridad lleva a no olvidarse de los pobres (Gál 2,10); solicitud por el necesitado (Sant 2,12-13).
• “La fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve” (Heb 11,1). La fe en la historia de la salvación (Heb 11,2-40); fe perseverante, fijos los ojos en Cristo (Heb 12,1-3).

B) Magisterio de la Iglesia

• María hace suya la voluntad del Padre (DCE 17); por la fe “se confía, libre y totalmente, a Dios” (RMa 13); la fe de María parangonada con la de Abrahán (RMa 14). La fe nos orienta en el tiempo (LF 4); es la “respuesta a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (LF 8); la fe es mirar “desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos” (LF 18). María como modelo de obediencia de fe (LG 56).
• Por el consentimiento de la Virgen se hizo realidad la esperanza de siglos (SpS 50; RVM 20); su fiat es fruto de su entrega total a Dios (RMa 39). La Anunciación como vértice de gracia de Dios al hombre y al cosmos (RMa 9); María elegida de forma singular y única (RMa 9).
• El amor a Dios nos conduce al amor a los hermanos (EG 178-179; DCE 16); de la fe en Cristo nace la preocupación por el pobre (EG 186-187); la caridad mueve a María a ir a casa de Isabel (RMa 12).
• María es la “llena de gracia” porque ha sido elegida para ser Madre de Cristo (RMa 9; MV 3); preservada de la herencia del pecado (RMa 10).

ACTUAR. Compromiso apostólico 

Como compromiso de formación podríamos asumir, profundizar en el conocimiento de la figura de la Virgen. Hay preciosos textos en el magisterio de la Iglesia dedicados a Ella: el capítulo VIII de la constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II; la encíclica Redemptoris Mater, de S. Juan Pablo II; un precioso documento, también suyo, sobre el rezo del rosario, llamado Rosarium Virginis Mariae, etc.

Otro compromiso podría ser, en la próxima ocasión en la que tenga que tomar una decisión importante, tratar de hacerlo desde Dios: qué quiere Dios de mí en este momento; dónde está su voluntad en las distintas opciones que se me presentan; de qué manera me conformo más a Cristo…Un compromiso bonito sería, si no lo hacemos ya, parar un momento en las tareas cotidianas a mediodía para rezar el Ángelus, siendo muy conscientes de lo que decimos y valorando el momento histórico que rememoramos.

También sería buen compromiso tratar de concretar mi fe y mi amor por el Señor en el servicio a los hermanos, por ejemplo, atendiendo de forma más especial a alguien de mi familia, del grupo o de la parroquia, que esté solo o con alguna otra necesidad.

Como compromiso de grupo, proponemos asumir algún día la dirección del rosario que se rece en la parroquia, enriqueciéndolo con textos, cantos y algún rato de silencio meditativo.