EL ROSTRO DE CRISTO EN LA CREACIÓN
““Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra "(Jn 1,3)
OBJETIVO
Caer en la cuenta de que las cosas creadas son vehículo para encontrarnos con Dios.
INTRODUCCIÓN
Nos cuenta el relato del Génesis cómo Adán y Eva vivían antes del pecado original en plena armonía con Dios y con todo lo creado. Es más, era en lo creado, en la naturaleza, donde experimentaban la cercanía y la presencia de Dios. Narra el Génesis cómo Dios se paseaba por el Edén, y cómo estaba en continuo diálogo de amor con el hombre. Tras el primer pecado, tanto Adán como Eva tuvieron una nueva experiencia, que iba a ser tan humana desde entonces. El Texto Sagrado nos presenta a nuestros padres escondidos de la mirada de Dios. Sus ojos ya no eran capaces de contemplar a Dios con la claridad y la naturalidad con las que antes lo hacían. A continuación se nos relata cómo, al ser expulsados del Paraíso, salieron de él cabizbajos con la mirada perdida en el suelo.
El hombre, por el pecado, perdió la inocencia de su mirada que le hacía contemplar a Dios en la creación; sin embargo, esa experiencia que habían tenido de poder vivir en continua visión de Dios quedó grabada en sus corazones, y en los de todos sus descendientes. El hombre, desde entonces, arde en deseos de ver a Dios, y de este ardor, surge el grito: “No me escondas tu rostro, Señor” (Sal 143,7).
Este será el anhelo del Pueblo de Israel en toda su Historia, que va a verse reflejado en tantas páginas de la Biblia. Ante este deseo de sus hijos, Dios no quedó impasible, y por medio de los profetas fue haciéndoles ver que llegaría el día en que volverían a contemplar su rostro. Así se lo comunicó por medio de Isaías: “Tus centinelas alzan la voz, cantan a coro, porque ven con sus propios ojos que el Señor vuelve” (Is 52,8) “Por un instante te oculté mi rostro, pero con misericordia eterna, te amo” (Is 54,8). Esta promesa de Yahveh a su pueblo se vio cumplida con la venida de Cristo al mundo.
Tras la Resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo, los discípulos comenzaron a entender que el mismo hecho de contemplar la creación los remitía directamente a Cristo. Descubrieron cómo la creación del mundo y la Redención del hombre estaban plenamente en relación. Así lo expresó el mismo Pablo: “Él (Cristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas (...) todo fue creado por Él y para Él” (Col 1, 15-16). El libro de los Proverbios nos hace una preciosa descripción de la presencia de la Segunda Persona de la Trinidad, en el momento de la creación.
Nos presenta cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a Él como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres” (Prov 27-31). Este mismo texto, un poco más arriba, nos habla de que el inicio del Verbo fue en un “tiempo remotísimo”, y no fue creado sino engendrado, como recitamos en el Credo constantinopolitano; por tanto, es Dios como el Padre, de su misma naturaleza. Así también nos habla san Juan en el prólogo de su evangelio, una de las más bellas páginas de la Escritura: la Palabra era Dios y estaba junto a Dios, y por medio de ella se hizo todo (cf. Jn 1,1-3). Esta es la razón por la cual, la creación nos remite a Cristo, ya que su mano está en ella. Él fue la Sabiduría, la Palabra creadora que, al salir de la boca del Padre, provocaba que las cosas “se hicieran”: “Dijo Dios: hágase la luz, y la luz se hizo” (Gén 1,3).
Reconocer a Cristo en la creación no será tarea fácil para el que vive centrado en sí mismo. Salir de uno, vivir en comunión con el Señor, es la manera de estar en armonía con lo creado, de respetar la obra de Dios, de descubrir las huellas del Padre, del Hijo, del Espíritu en esta obra grandiosa que se nos entrega como un don para administrarla rectamente y, respetándola, respetar a las próximas generaciones. Este esfuerzo por estar en armonía con lo creado, por las razones que hemos expuesto y no por motivos meramente activistas, nos llevará a una percepción más elevada de la realidad, no a una visión netamente natural. La encíclica Laudato si’ ilumina esta cuestión al indicarnos cómo el Nuevo Testamento también nos muestra a Jesús como “resucitado y glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal (…). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y ‘Dios sea todo en todos’ (1Cor 15,28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves del cielo que Él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa” (LS 100). Cuántas veces, por desgracia, le falta al hombre esta unidad con el Señor y llega a ver la creación como algo que le pertenece y de lo que puede servirse a su antojo. Nos encontramos así con la sobreexplotación de la naturaleza, la sistemática supresión de enormes superficies de bosque, la utilización de los ríos y de la misma atmósfera como basureros que reciben diaria-mente los más nocivos desperdicios que matan vegeta-ción y animales y perjudican gravemente la salud de las personas.
Como cristianos no puede dejamos indiferentes esta falta de respeto por la obra de Dios. “La tierra nos precede y nos ha sido dada (…) Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de proteger-la y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras” (LS 67).
No debemos malinterpretar en las Escrituras el dominio de la tierra al que el hombre está invitado: “El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de vida del prójimo, incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación” (CEC 2415). Esto implica una relación responsable entre el ser humano y la naturaleza, porque destruir la natura-leza impide que otros hermanos disfruten de ella, y esto es una falta de caridad.
Es preciso que el hombre recobre la inocencia en su mirada, que el Señor le conceda un corazón limpio, que le permita contemplar el mundo con la mirada de hijo de Dios, que es capaz de reconocer la suave fragan-cia de Cristo en todo lo creado.
VER. Partiendo de la vida
1.Podrían servir como hechos de vida, aquellos que muestren mi actitud con relación a la creación: si la entiendo simplemente como naturaleza, es decir, el marco, el escenario en el que estamos colocados; o como la verdadera obra de Dios que nos es dada como un don para nuestro bien y en la que Cristo está presente.
2. Buscar hechos de vida en los que observar un paisaje o a alguna persona me haya hecho ver el rostro de Cristo en la creación. O, por el contrario, hechos de vida en los que haya experimentado la lejanía de Cristo en mi vida, y por lo tanto, tampoco lo haya descubierto en la creación, viviendo apática y desilusionadamente. También, aquellos momentos en los que haya empeza-do a percibir la creación como algo que está ahí sin más a disposición de mi capricho y no merecedora de mi cuidado y mi respeto.
3. Mostrar hechos de vida en los que el salir y contemplar la creación haya supuesto reorientar mi relación con Cristo o profundizar en mi oración; o, hechos en los que he podido recuperar el amor por mí mismo gracias a que me sé creatura imperfecta de un Dios perfecto.
4. Puedo compartir con el equipo hechos de vida en los que me he preocupado más por temas ambienta-les que por las necesidades humanas; por el contrario, hechos en los que he atendido primero a la dignidad del ser humano, dejando de lado la moda o el relativismo cultural que impulsa hacia otras causas.
JUZGAR. Iluminación desde la fe
A) Sagrada Escritura
• Dios va creando el mundo de forma paulatina hasta llegar al punto culminante que es el hombre (Gén 1,1-2,3). Desde el principio, Dios quiso revelarse al hombre por medio de su creación (Gén 3,8) y se manifiesta en la naturaleza (1Re 19,9-13).
• El mundo fue formado por la Palabra, la Sabiduría de Dios (Heb 11,3; Sab 7,17-31); el Hijo toma parte en la creación (Sal 33). Solo Dios es creador (Is 44,24). Elogio de la Sabiduría (Sab 7,22-29) y oración para alcanzarla (Sab 9,1-11). La creación, expectante, espera la gloria futura en Cristo (Rom 8,17-23).
• Precioso canto de alabanza a Dios a través de la creación (Sal 104). Todo hombre puede llegar al conoci-miento del Creador (Hch 17,24-29; Rom 1,19-20). Dios pone la creación al servicio del hombre (Gén 1,28-31; 2,19).
• El cántico de Colosenses nos muestra el lugar de Cristo en la creación (Col 1,15-20). Relación entre creación y redención (Jn 1,1-14).
B) Magisterio de la Iglesia
• Explicación del tema de la creación en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 279-301). La creación como medio de participación en la vida divina (GS 2); Dios habla y se manifiesta en lo creado (GS 36).
• Jesucristo es “origen y fin del universo” (DD 8), como Palabra divina creadora (LS 99), de la que procede todo lo creado (GS 38; DCE 9). Cristo resucita-do, presente en la creación (LS 100). Recopilar todo en Cristo en una nueva creación (AA 5).
• El domingo es el día de la nueva creación (DD24). La Eucaristía, don que Cristo hace de su propia Persona (EdeE 11-13); en la Eucaristía, la creación vuelve a Dios por medio de Cristo (EdeE 8). Mirada de cariño y atención que Jesús dirigía a la naturaleza (LS 97).
• El hombre, culmen de lo creado (GS 12). La preocupación y el trabajo por los débiles forma parte del cuidado de la obra de Dios (LS 25-31; 48-52; 117).
ACTUAR. Compromiso apostólico
El compromiso que asumamos en este tema debe ir dirigido a fomentar en mi vida esos momentos de encuentro con Cristo presente en la creación. Esto puede llevarnos a intentar ir por la vida con una mirada inocente como la de un niño, que sea capaz de recono-cer a Dios en lo cotidiano.
Podemos introducir un pequeño cambio en nuestro estilo de vida, como reciclar, reducir el consumo de agua o de electricidad, utilizar transporte público, sustituir compras habituales por aquellas provenientes de comercio justo, etc., e intentar que ello redunde en beneficio de los demás, ya sea a través de un donati-vo u ofreciéndolo en nuestra oración diaria para que el Señor nos ayude a tener presente el cuidado de las personas y la creación.
Otro compromiso podría ser procurar que aquellos que viven a nuestro alrededor y que no tienen fe, puedan, al hacerles partícipes de nuestras vivencias o impresiones al respecto, descubrir el amor que Dios les tiene, al contemplar la creación.
Como compromiso de grupo podríamos proponernos rezar todos, cada uno donde esté, en el mismo momento del día, el salmo 8. O ir de excursión a algún parque natural y aprovechar para reflexionar acerca de la encíclica Laudato si’ y tener una catequesis en plena naturaleza.